SARA GIMENO FUSTER
Sus padres, Domingo Gimeno y Ana Fuster se establecieron en nuestra ciudad en 1904 porque se dedicaban a los negocios relacionados con la exportación de vino. Sara había nacido en Benicarló en 1897 y vino a Villena con 7 años junto a su hermano Cipriano. Era una familia culta aficionada a los libros, las antigüedades y a los temas filosóficos. Vivieron en el nº 2 de la calle Trinidad, donde después viviría Jose Mª Soler García. Allí nacieron Ana en 1904, y Victoria en 1906. Se cree que allí también nació su hija Luz. De allí pasaron a la calle el Hilo y de esta, al nº 1 de la calle Baja junto a la iglesia de Santa María. Aquí nació Domingo, futuro pintor, y fueron sus padrinos sus hermanos, Sara y Cipriano, cuando ella tenía dieciocho años. Volvieron a trasladarse esta vez a Sevilla por exigirlo así los negocios del padre, en los que ayudaba ya su hija Sara, tenida como maga por los vecinos al verla trabajar en el laboratorio con matraces y tubos de ensayo.
El ambiente que se respiraba en la casa era fundamentalmente artístico. Luz tocaba magníficamente la guitarra, pero falleció muy joven en París. Ana y Victoria eran concertistas de piano becadas por el Ayuntamiento de Sevilla para estudiar en París cuando eran muy jóvenes. Ana también falleció en Sevilla en 1931 en plena juventud y cuando todo hacía suponerle un magnífico futuro como concertista. Victoria también estudió con beca en París y fue asimismo concertista de piano, pero al fallecer sus hermanas y contraer matrimonio, se retiró de la vida artística y reservó los conciertos para sus veladas familiares.
Domingo, el hijo menor, no era aficionado a los negocios, pero poseía grandes dotes musicales aunque tuvo que abandonar la música por motivos de salud, dedicándose de lleno a la pintura siendo su primera y casi única maestra su hermana Sara que había cursado las carreras de Bellas Artes y de Magisterio. A ella se debe el retrato del maestro Eduardo Torres, natural de Albaida, organista y maestro de capilla que fue de la catedral de Sevilla.
Sara fue un verdadero caso de fraternal abnegación. Al morir su padre, cuando ella se encontraba en plena juventud, hubo de afrontar unas responsabilidades “impropias de su sexo en aquella época” (las comillas son nuestras), pero tenía carácter e inteligencia y mucha fe en la vocación de su hermano, hasta el punto de renunciar a la suya propia. Al lado de Domingo permaneció, orientándole, animándole y protegiéndole hasta el día de su muerte. Pasaron penurias económicas y tanto Sara como Domingo tuvieron que opositar a cátedras de dibujo, sacando Sara la plaza en el Instituto de Osuna, y Domingo en Cervera del Rio Alhama y Manzanares. Durante la guerra tuvieron que ser evacuados los dos, por Barcelona para ir a Marsella, con sólo una carpeta de dibujos por toda fortuna. Allí siguió pintando y exponiendo, regresando a España al acabar la contienda en 1939. Expuso después en Madrid, Bilbao y Vigo siempre con su hermana Sara, así que a la muerte de esta en 1961 le supuso una irreparable pérdida en todos los sentidos: se quedaba sin su mejor crítica y sin el público que más le importaba. Perdió el tesón y el entusiasmo de antes. El siguió pintando y exponiendo hasta después de su muerte, pero Sara quedó en el más absoluto de los olvidos como solía pasar a mujeres que destacaron en esa época. No sabemos adónde podría haber llegado Sara, si no hubiera estado animando y apoyando parte de su vida a su hermano Domingo, que sí tiene su biógrafía y ha dejado su legado a la historia[1].
[1] Soler García, José Mª. 1983. Villena, anual. “El pintor Domingo Giménez”. Ed. Ayuntamiento de Villena.
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